Confusión involuntaria
Plinio Mórdax
Al principio pensé que con eso de las nevadas, las temperaturas de menos dieciocho o los cables congelados llenos de carámbanos, otra vez nuestra tele intentaba dejarnos colgados de la brocha en un laaaargo fin de semana y sin soma que nos enajenara definitivamente.
Los síntomas eran los de siempre: seguía a colores, pero muy poquitos, como cuando hasta las películas de Pedro Infante se ven en morado y gris.
Aunque ahora había un leve matiz. Todo mundo traía calzones amarillos, aunque unos con camiseta blanquiazul, otros con verde y los terceros negra.
Peleaban, luchaban, se empujaban y jalaban, aunque todos por lo mismo. La gente que los veía gritaba desesperada, como si en aquel jueguito raro tuviera algo que ganar o perder. Algunos hasta iniciaron broncas que pronto pacificaron. Se dijeron, se contestaron, sacaron estadísticas, tendencias, proezas antiguas; historial increíble, no porque no pudiera suceder, sino por su intrascendencia, banalidad e insignificancia.
Vimos rostros graves, agudos y hasta esdrújulos de éste que hizo esto, de aquél que es el que ha hecho más y todavía nadie lo iguala…
Pero todos, todos, con calzón amarillo muy ajustado.
Se lo comenté a mi compañera que me reflejó asombrada:
—¿Estuviste viendo el Súper Bowl, mientras yo reparaba las tuberías averiadas?
—No, mi amor, te estuve cuidando las noticias de las elecciones en Baja California Sur…
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